Unos Primatólogos
japoneses nos cuenta la historia: El experimento se realizaba de la
siguiente
manera. Se encerraron a setentaicinco monos en un gran patio con agua, arboles
y sus jaulas. De todos los arboles que les rodeaban Solo uno de los
arboles tenia fruto. Por tanto había que
luchar para comer. Cada vez que un mono llegaba a alcanzar una fruta a los
monos de abajo se les disparaba un fuerte chorro de agua el cual los golpeaba
hasta tirarlos al suelo. Esto se repetía varias veces al día. Cada vez que un
monito alcanzaba las frutas al resto se les tiraba agua.
Luego de repetidas ocasiones
cuando uno de los monos intentaba subir el árbol, aunque sea para alcanzar la
comida y repartirla, este era apedreado por los demás. Los científicos
añadieron más monos hasta llegar a noventainueve. Los nuevos monos trataban de
subir y eran apedreados. Asi mismos estos nuevos en la tribu aprendieron a
lanzar piedras y a evitar subir. Hasta que añadieron al mono número cien. Este
llego a la manada, cuando sintió hambre fue al árbol, lo subió y comió.
Obviamente le lanzaron piedras. Al otro día subió al árbol, los científicos
dispararon agua y los monos lanzaron piedras. Ya pasando más de seis semana
este nuevo e intrépido mono continuaba subiendo pese a todas sus profundas
heridas. Un científico conmovido por el drama y haciendo un llamado a la razón debido
a la pobre condición del monito cien, intento detener el experimento pero,
lamentablemente, sus ruegos cayeron en oídos sordos.
Ya el mono cien no era ni la
sombra de él hace siete semanas. La locura insensible de lo que aquel grupo de
inhumanos llamaban ciencia se había apoderado del lugar. A la octava semana el
mono cien como de costumbre, esta vez con huesos rotos, pelo caído y profundas
heridas a carne viva, vuelve, entre gritos y pedradas, a subir al árbol. Llega
hasta la copa de este albor agarra un gigantesco punado de frutas, lanza frutas
a sus hostigadores, come un poco y cae desde lo alto. Golpeándose con cada rama
su ya desquebrajado cuerpecito hasta llegar al suelo.
Todavía con un poco de fuerzas ve que uno de estos últimos monos y más joven no tiene comida. Arrastrando por la tierra intenta llegar al árbol con la intención de subirlo y traerle el preciado alimento. Pero lo apedrearon. Con miradas llenas de ignorancia y de asombro lo apedrearon. Sin prestarle ayuda y comiendo del fruto lo apedrearon.
Finalmente este yace en el suelo mirando
hacia arriba, hacia la copa del árbol de donde alcanzaba el suculento y
alimenticio fruto, a esa copa que señala al cielo como mensaje divino pero
monumento a la ignorancia. Como lapida al éxito. A la buena voluntad. Allí al
pie de ese árbol se despide de la vida. Dando su último suspiro pero con la
certeza de que hizo lo correcto y si tuviese cinco minutos más de vida volvería
a subir esa copa para bajar comida para todo aquel que tuviese hambre comiera.
Su brazo izquierdo se expande. Rodando al suelo tal y como caían los monos al
ser golpeados por el chorro de agua, se abre su manita temblorosa… y ahí está…
un fruto para ese pequeño monito hambriento…
Estoy seguro que si le preguntaban
a los demás monos porque lo apedrearon estos contestarían: Porque lo demás lo hicieron
primero. Además no demuestra que hay gente que aunque pasen hambre no tiene el
valor de enfrentar al sistema. Por otro lado hay muy pocos que combatirán la
injusticia, el abuso, la envidia y el temor hasta su muerte.
En Juan 6:35 nos exhorta asi: “Jesús les dijo: Yo soy el
pan de la vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca
tendrá sed.”
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué
todavía nosotros lo comprendemos?
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